En 1916 publica su primer libro apenas cumplidos los 21 años: Pensamientos de un viejo. Es una obra intimista en que FG bucea en su propia intimidad. “La mayor parte de los hombres están atareados en la lectura de libros, sin preocuparse de leer su propia alma”. He aquí la tarea que se propone el joven filósofo de Envigado. El alma de FG al escribir este libro está bajo la influencia predominante de Schopenhauer, a quien cita continuamente a partir de la primera página. La lectura será pesimista, nostálgica, antivitalista. Félix, un doble de FG, “sintió gran repugnancia hacia el superhombre de Nietzsche... y comprendió que todo necesariamente es limitado, que todo lo que dice es algo limitado”, y Félix tradujo la frase de Schopenhauer: “toda individualidad es una equivocación”, así: “todo lo que es, es un error; la verdad está en la nada...”.
Antes que nietzscheano, FG pasó por el purgatorio de Schopenhauer: “Toda esa comedia de la vida me repugna. ¿Qué me importa el superhombre? ¿Seremos, acaso, más felices? No hay felicidad si no hay dolor... ¿Seremos, acaso, más grandes? No hay grandeza si no hay pequeñez... Todas esas palabras son engaños de la vida...” (Pensamientos de un viejo). En consonancia con su alma triste y escéptica, schopenhauriana, están sus autores preferidos: Spinoza, los Vedas, Job, Eclesiastés, Dostoeivsky, Tolstoy, Verlain, Maupassant, Queiroz, Unamuno, D´Annunzio, Rabelais, Heráclito, Sócrates, Mallarmé, Spencer, Montaigne, Epicteto, Pirrón, Pascal, etc. Pero lo que nos importa en nuestro caso no son tanto las posibles lecturas de las que da señales FG en su primer escrito, sino en el sesgo filosófico que toma su vida y que no abandonará con el tiempo. Desde el primer momento FG se siente filósofo: “Soñar, esa es mi diversión. Desde que me estudio a mí mismo, lo que más admirado me trae es ese constante mudarse de mi alma. La más pequeña variación atmosférica hace cambiar mi yo. Y cada nuevo cambio trae una nueva visión del Universo. Esa es mi diversión, soñar mundos; filosofar, pues ¿qué otra cosa, sino aquello, es filosofar?” (PV). Joven de ensoñaciones profundas acerca de la vida, FG convierte a ésta en hontanar filosófico: “Ahora, amigos, me he hecho una vida filosófica. Construí dos muñecos de trapo y los senté en dos sillas, uno en frente del otro. Llevé a ese cuarto un sillón Voltaire para mis horas eternas. Y en ese sillón paso los días enteros oyendo las conversaciones de mis dos amigos. ¡Oh, qué divinas charlas estas de mis Juanes...!” (PV).
El segundo libro, Viaje a pie, lo escribe en 1928, trece años después de Pensamientos de un viejo. El clima espiritual ha cambiado durante esos años radicalmente. FG se presenta aquí como un gran enamorado de la vida, lejos de la melancólica tristeza que, como un sauce, destila su primer libro. Por otra parte, su preocupación solipsística por el yo íntimo, que le llevaba a decir que el hombre no puede contemplar otra cosa que no sea su espíritu, se transforma en esta obra en una visión hacia afuera, hacia el mundo circundante sólo desde el cual se explica ahora el yo. Además, FG sale de esa prematura vejez de filósofo de poltrona que fabrica mundos ideales, como pompas de jabón, para iniciar un viaje a pie, de filósofo peripatético, por los campos de Colombia y reflexionar itinerantemente sobre sus tierras y sus gentes. Por último, Schopenhauer queda atrás, al tiempo que ciertos temas de la filosofía de Nietzsche le van a servir de elemento categorial desde el cual va a definir la verdadera condición del hombre colombiano, criticando sus defectos o pecados contra la vida.
Pues bien, en esta nueva situación FG se reafirma como filósofo, si bien con cierta modestia ya lo había dicho en Pensamientos de un viejo: “Nos llamamos filósofos aficionados para no comprometernos demasiado y porque ese nombre es mucho para cualquiera. (...) Todos nuestros colegas, desde antes de Thales, han sido modestos. En los manuales de filosofía lo primero que se explica es aquello de que filósofo quiere decir amigo de la sabiduría; se enseña allí, en las primeras hojas, a descomponer la palabra en philos y en sophos, con lo cual el estudiante imberbe cree que sabe griego y les repite eso a las primas, junto con aquello que decía Sócrates en los alrededores de la Acrópolis durante sus noches de moralizador: Sólo sé que nada sé” (Viaje a pie).
En Don Mirócletes se va a clasificar filósofo de “Suramérica y de la personalidad”, o enfermo metafísico, o mejor diríamos, enfermo de metafísica hasta llegar a llamar la filosofía “mi mujer o mi amante”. ¡Tan comprometido se sentía con ella! La filosofía o metafísica es para FG el punto de referencia desde el cual juzga de todo, critica con coherencia la vida, o mejor dicho, el defecto de ésta: “En esto que llaman civilización —escribe en su obra madura Los negroides—, desde que el hombre abandonó la metafísica, no hay sino muerte. El hombre volador vale menos que el hombre de Moisés, pues nada vale lo físico sin lo metafísico”. En esta obra no sólo sistematiza sus ideas sobre la metafísica de la expresión, sino también toma plena conciencia de la misión latinoamericana de su pensamiento: “Creo firmemente que yo soy el filósofo de Suramérica; creo en la misión; me veo obligado a ser áspero y seré odiado, pero ¿podría cumplir mi deber con dulces vocablos?”.
El primer paso de este ensayo esclarece lo que él quiso ser y pensó que era. El segundo paso es ver si realmente fue, como pensaba un verdadero filósofo.